Ana tenía una gran tendencia a la tristeza y a la melancolía, al recordar cualquier momento pasado la invadía una profunda sensación de pena. Generalmente solía ver el lado triste de cada situación, hasta que un día fue consciente de ello.
El día que cumplió 36 años decidió organizar una fiesta especial y única. Normalmente no se preocupaba demasiado por su cumpleaños y las cosas sencillamente surgían, pero se solía quedar con la sensación de que todo podía haber sido mejor. ¡Así que para su cumpleaños número 36 todo iba a ser diferente!
Decidió que haría una comida en un lugar con mucho encanto y magia. Estuvo durante muchísimos días buscando sitios especiales, finalmente encontró una casa rural al lado de un río que parecía sacada de un cuento. Después de esto pasó varias semanas preparando las invitaciones que tenían que ser personalizadas y muy originales. Todo estaba planificado para que fuera la fiesta perfecta.
Cuando llegó el gran día salió de maravilla. Los amigos de Ana estaban muy contentos de poderse reunir con ella, los padres estaban orgullosos de la bonita fiesta que había organizado su hija, la comida estaba buenísima y se respiraba alegría en todas partes.
Sin embargo Ana estaba decepcionada, después de haberlo planificado y organizado todo a la perfección había algunos detalles que la tenían al borde de las lágrimas. Su mejor amiga no había podido ir porque estaba enferma, además algunas personas llegaron tarde, otras no fueron vestidas con el atuendo apropiado y uno de los postres no le gustaba.
En aquel momento Ana se dejó llevar por su piloto automático. Su tendencia natural en la vida era rastrear fallos y descubrir cuáles eran los detalles que no la hacían feliz. Aunque todo pareciera correcto, ella siempre encontraba la manera de sentirse mal.
Sus amigos y familiares más cercanos ya conocían esta tendencia suya y cada vez que hablaban con ella sobre eso no conseguían ningún cambio. Ana empezaba a contarles una historia para justificarse, les explicaba con argumentos muy lógicos por qué era normal que estuviera triste. Al final conseguía incluso convencerlos que de ella llevaba razón. Así que finalmente Ana no hacía nada para cambiar, no pasaba a la acción.

Esta situación es la que nos suele pasar a todos y por eso nos resulta tan difícil cambiar. Normalmente vamos con nuestro piloto automático activado. Esto significa que existen unos patrones de comportamiento que solemos usar una y otra vez sin darnos cuenta de cuándo ni por qué lo hacemos.
Después de actuar desde el automatismo nos contamos una historia para justificar nuestro comportamiento y de esta manera sentirnos bien, finalmente no pasamos a la acción y por lo tanto no cambiamos. Seguimos actuando gracias a nuestro piloto automático.
Llegados a este punto es cuando nos preguntamos, ¿es posible cambiar? Y la respuesta es que cambiar no es sencillo, pero por supuesto que es posible. Es un camino complicado que podemos transitar solos o con la ayuda de un terapeuta, como queramos, pero lo más importante de todo es que elijamos voluntariamente transitar ese camino.
La mejor manera para empezar el viaje hacia el cambio es quitándote el piloto automático. Esto significa que empieces ser consciente y que prestes muchísima atención a tus reacciones automáticas.
Una vez que hayas prestado atención real dejarás de contarte historias y conectarás tu realidad. Esto te ayudará a que te des cuenta de cuáles son tus patrones habituales y cuáles de ellos te hacen daño, de esta manera podrás establecer qué patrones quieres cambiar. Empieza por uno sólo, si decides cambiar demasiados a la vez no conseguirás nada.
Por último y no por ello menos importante, establece cuál sería la forma más sana de funcionar y pasa a la acción. Debes crear un plan de acción muy sencillo, que te lleve poco esfuerzo y que sepas que vas a poder ejecutar. Esta será la única manera de crear nuevas actitudes.
Pero qué ocurre cuando alguien dice: quiero cambiar pero no puedo. Normalmente esto se suele dar cuando la persona se enfrenta a demasiados cambios a la vez y finalmente no logra ninguno. Aquí la solución es reducir el número de cosas que quiere cambiar y empezar sólo por una.
Esta situación también se da cuando inconscientemente la persona no quiere cambiar aunque diga lo contrario. Normalmente, suele ser porque obtiene un beneficio secundario de su situación de tristeza o depresión, quizás de esta manera siente que las personas le prestan más atención o evita tenerse que enfrentar a situaciones cotidianas que le causan dificultad.
Volviendo a la historia con la que empezaba este artículo, Ana consiguió cambiar el día de su cumpleaños número 36, cuando fue consiente por primera vez en su vida de su tendencia a la melancolía. A partir de ese día se propuso sólo buscar las cosas positivas de las situaciones y aceptar que no todo deber ser exactamente como ella quiere en cada instante.
A igual que Ana todo podemos cambiar si lo deseamos. Cada uno de nosotros merecemos ser una persona sana y estable. Esto nos ayudará a sentirnos seguros, capaces de enfrentarnos a retos y de vincularnos con otros.
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